Educación Cristiana Alternativa

Educación es algo muy diferente de lo que usted piensa …

Conciencia consumidora

He notado una marcada diferencia cultural entre el Perú, donde vivo, y los países que llamamos «desarrollados»: En los países «desarrollados» existe conciencia consumidora. La gente evalúa conscientemente la calidad de los productos que compra y consume. Si un producto no corresponde a sus expectativas, entonces la gente deja de comprarlo, o compran un producto similar de otra empresa que lo entrega con mejor calidad. O si conscientemente desean comprar un producto de baja calidad para ahorrar gastos, entonces exigen que el precio sea más bajo, en correspondencia a la calidad inferior.

La consecuencia es que en aquellos países, las empresas que venden productos de mala calidad no pueden sobrevivir por mucho tiempo. Pierden sus clientes, y entonces van a la bancarrota. Lo mismo con toda clase de servicios: Empresas de transporte; imprentas; oficinas de ingenieros y arquitectos; médicos; abogados; lo que sea: Si no atienden bien, pronto ya no tendrán a nadie a quien atender. Hay un lema en aquellos países que dice: «El cliente es el rey.»

Esta es una razón importante por qué aquellos países han logrado por mucho tiempo mantener estándares elevados en los productos y servicios que producen: La gente lo exige. Por tanto, entregar calidad es una cuestión de sobrevivencia económica.
No así en el Perú (y en muchos otros países): Aguantamos diariamente que nos vendan alimentos malogrados, que se nieguen a cambiar una pieza defectuosa de un artefacto, que se pierdan encomiendas, que se caigan casas y puentes, que los tratamientos médicos nos enfermen más en vez de sanarnos… y es por eso que las cosas quedan como están. En un tal ambiente es lógico que florezcan aquellas empresas y servicios que estafan a sus clientes; y son las empresas honestas quienes van a la bancarrota.

Hace unos meses escuché por primera vez en mi vida en una radio peruana un llamado a boicotear a una empresa. Se había llegado a saber que esa empresa vendía «leche en polvo» que no era leche. Así que un periodista se acordó de esa medida que en países con conciencia consumidora es muy eficaz para llamar la atención a una empresa: Si una empresa estafa a sus clientes, o destruye el medio ambiente, o financia causas inmorales, entonces un número considerable de clientes dejan de comprar sus productos, y así la empresa se ve obligada a cambiar sus prácticas o a desaparecer.

Aquí en el Perú, se suele exigir «más control» de parte del gobierno para solucionar tales problemas. Eso es más cómodo para el ciudadano común: no necesita informarse, no necesita tomar acción, no necesita renunciar a sus bienes de consumo. Pero el control gubernamental no resuelve nada. Al gobierno se le puede evadir, se le puede sobornar, se le puede chantajear… mientras con una multitud de consumidores conscientes no se puede hacer nada de eso. Un país «desarrollado» es un país donde el pueblo mismo – o sea, usted y yo – asume la responsabilidad de controlar a sus empresas e instituciones; y por eso no tiene necesidad de tanto control gubernamental. Los problemas no se resuelven desde el gobierno; se resuelven partiendo de cada uno de nosotros.

Hay una multitud de asuntos que podrían reformarse con una mayor consciencia consumidora. Mencionaré solamente unos cuantos como ejemplos:

Los servicios de comunicación por internet, tales como e-mail, redes sociales, etc. Muchos de estos servicios son gratuitos. ¿Quién no aceptará si le ofrecen algo gratis? Pero ¿usted alguna vez se preguntó cómo se financian las empresas que manejan estos servicios? – Algunas lo hacen alojando avisos comerciales de otras empresas. Eso es todavía una manera transparente de financiarse. Pero varias otras lo hacen exigiéndole algo a cambio sin que usted se dé cuenta: ¡sus datos personales! La comercialización de los datos y direcciones de potenciales clientes es un negocio muy lucrativo entre las empresas involucradas en internet. Un consumidor consciente se informa primero para saber qué sucederá con los datos que entrega a cambio de contratar un servicio «gratuito», y lo pensará conscientemente para decidir cuáles datos entregar. ¿Realmente será prudente, entregar mi número de teléfono o mi dirección de domicilio a una empresa que después vende estos datos a no sé quiénes?
Desde lejos la peor empresa en este respecto es Facebook. Esta empresa comercializa no solamente los datos personales de usted: comercializa también todo lo que puede enterarse de usted mediante lo que usted y sus amigos postean: sus circunstancias de vida, sus gustos y preferencias personales, sus amistades, sus opiniones políticas y religiosas… En un futuro cercano, tales datos en las manos de un gobierno totalitario pueden llevar a persecuciones políticas y religiosas nunca antes vistas. Expertos en espionaje y privacidad de datos, como Julian Assange y Edward Snowden, ya advirtieron que empresas como «Facebook» son la agencia de espionaje más gigantesca de todos los tiempos. A pensar que con tan solo un poco de conciencia consumidora se podría parar eso…

Los servicios de salud. Ya que en los tiempos presentes, los gobiernos financian y administran una gran parte de los servicios de salud, mucha gente ha llegado a pensar que los trabajadores de salud son algo como «autoridades» o «funcionarios del gobierno», a quienes habría que obedecer sin cuestionar nada. ¡Eso no es así! Si usted solicita una atención médica, entonces usted es cliente y tiene el derecho de exigir una atención adecuada. También tiene el derecho de comparar las ofertas de varios proveedores, y de elegir al que considera mejor. En Estados Unidos por ejemplo se aconseja a los pacientes no conformarse con un diagnóstico médico que reciben, sino que siempre busquen una segunda opinión de otro médico.
Solamente por la actitud (demasiado) sumisa de la gente ante el personal médico, se pueden dar casos como las esterilizaciones forzadas en los tiempos de Fujimori, o los experimentos con vacunas y medicamentos en estado de prueba y con posibles efectos dañinos, que se realizan constantemente en escuelas y en establecimientos estatales de salud, sin informar al público acerca del carácter experimental de esos productos.
Tenemos aquí el problema adicional de que se trata de servicios subvencionados por el gobierno, y por tanto puede ser difícil encontrar otro proveedor. Esa es una razón por qué en estas áreas el gobierno no debería tener tanto poder como tiene: Los servicios estatales se convierten en monopolios privilegiados, y por eso son mucho más difíciles de boicotear que las empresas privadas. El control del pueblo sobre las empresas, que funciona bastante bien en los países «desarrollados» y podría funcionar aquí también, no funciona igualmente con las entidades estatales. Cuando el gobierno asume un servicio, se institucionaliza la mala calidad.

La educación. Necesariamente tengo que mencionar esto en un blog sobre educación. Al igual como los trabajadores de salud, también los profesores y directores de escuelas no son «autoridades», no son «gobernadores» a quienes usted tuviera que someterse. Son proveedores de servicios, y usted y sus hijos son sus clientes. Entonces usted tiene el derecho de comparar las ofertas de diferentes proveedores y de elegir la que les convence.
En la mayoría de los estados modernos, el gobierno está obligado por ley a proveer servicios educativos. Pero eso no implica que usted esté obligado a hacer uso de esos servicios estatales, si usted tiene la posibilidad de brindar a sus hijos una mejor educación en otra parte. Tampoco implica que las escuelas privadas deban funcionar según el mismo modelo como las estatales. (Especialmente en un país como el Perú, donde el gobierno es incapaz de ofrecer un servicio educativo de calidad, no tiene sentido que el gobierno imponga su modelo sobre las escuelas privadas.)
Si las familias tuvieran más conciencia consumidora, las escuelas mejorarían más rápidamente que con todas las intervenciones gubernamentales. Pero la mayoría de las familias se conforman con que ni siquiera se les permite saber cómo trata la escuela a sus hijos. Según la ley, a los padres corresponde «informarse sobre la calidad del servicio educativo y velar por ella» (Ley General de Educación del Perú, Art.54). Pero en la mayoría de las escuelas, a los padres ni siquiera se les permite el acceso a las aulas donde estudian sus hijos. ¡Yo nunca enviaría a mis hijos a una escuela que mantiene tal práctica ilegal e irrespetuosa hacia las familias! – En nuestros programas vacacionales y de refuerzo escolar siempre hemos tenido las puertas abiertas para los padres, incluso los invitamos explícitamente; pero hemos notado que la gran mayoría de ellos ni siquiera tenían interés en saber cómo estaban sus hijos.
En lugar de verse como clientes de las escuelas, en muchas familias todavía prevalece la noción equivocada de que «al profesor se respeta», tan solamente por el hecho de ser profesor. Pero el respeto verdadero se gana, no se exige. Un profesor gana respeto por sus conocimientos, por su habilidad de hacer entender a los niños, por su amor y comprensión hacia los niños, por actuar de manera justa y honesta, … pero no por el mero hecho de tener un título de profesor. Hay todavía demasiados profesores que ni siquiera dominan los contenidos que deberían enseñar a los niños, mucho menos saben explicarlos de una manera entendible para los niños; y otros que dan mal ejemplo con su persona, son corruptos, o son orgullosos y tiránicos y maltratan a los niños. Tales profesores no merecen respeto ni merecen su sueldo; deberían buscarse otra ocupación que saben hacer mejor, para que no sigan haciendo daño a la niñez. Pero por la falta de conciencia consumidora en la población, tales profesores permanecen en sus posiciones y quitan los puestos a los profesores buenos. La conciencia consumidora es un factor esencial para resolver la miseria del sistema escolar; pero es algo que no se puede decretar desde el gobierno. Cada familia individual necesita desarrollarla.

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¿Educación para la competitividad?

Muchos colegios, tanto privados como estatales, hacen propaganda con la palabra «competitividad»: «Educamos a nuestros alumnos a ser más competitivos.» Y parece que eso es lo que la mayoría de los padres quieren: «El colegio X no sirve, allí no hay competencia entre los alumnos.» Hoy en día, todo tiene que ser «competitivo». Ya no hay eventos para niños o jóvenes donde no se otorguen premios y altos honores para el primer, segundo y tercer puesto. Aun si se trata de actividades que se suponen «recreativas», tales como un encuentro de danzas tradicionales o un curso de origami, siempre es la misma pregunta que domina todo: «¿Quién es el mejor?» Y así, lo que anteriormente se hacía por pura diversión, ahora se convierte en una tensa competencia de todos contra todos.

Tenemos que preguntarnos seriamente qué consecuencias tendrá esta clase de educación para nuestros hijos, y para la sociedad en general. Como dijo una vez un padre: «Yo no quiero que mis hijos sean educados para la competencia, porque los niños ya son competitivos por naturaleza. Lo que les falta aprender es respetarse mutuamente, colaborar unos con otros, y ser solidarios.» Efectivamente, lo que hoy se llama «competitividad», en mis tiempos se llamaba «egoísmo» y se consideraba como un déficit del carácter: «Lo único que me importa es que yo llegue al primer lugar.» ¿Qué sociedad tendremos cuando eso sea la actitud de la mayoría? – Tal vez la siguiente cita nos permita vislumbrarlo:

«Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia, y la competencia es el principio de cualquier guerra.»
(Pablo Lipnizky, en «La educación prohibida»)

Efectivamente, una institución que educa para la «competitividad», no puede al mismo tiempo educar para la «colaboración», para la «solidaridad», o para el «amor al prójimo». Eso sería una contradicción en sí misma. Por tanto, el «bullying» es una consecuencia lógica de esta forma de educación. Como dijo el padre de un alumno acusado de maltratar a sus compañeros: «Prefiero que él sea el que comete el ‘bullying’, en vez de que él sea la víctima.» Es a eso que llega la «educación para la competitividad». El problema del «bullying» no se logrará solucionar dentro del sistema escolar existente, porque es un producto de este mismo sistema.

– «¿Pero no tienen que ser competitivos nuestros hijos, para poder defenderse en el mundo del trabajo?» – En realidad, no. Lo que se requiere de un trabajador es la capacidad de hacer un buen trabajo en su especialidad – o sea, sus conocimientos y habilidades efectivos. Eso no tiene mucho que ver con ocupar el primer puesto en la competencia tal o en el concurso cual. Y además se requiere la capacidad de integrarse en un equipo, de colaborar y de apoyarse mutuamente; y eso es justo lo contrario de «ser competitivos». Donde se valora la competitividad más que la colaboración, el resultado es una empresa o institución constantemente incapaz de cumplir con sus funciones, porque sus integrantes están más ocupados con «serruchar el piso» los unos a los otros, en vez de hacer un buen trabajo. Eso es como un equipo de fútbol donde cada jugador persigue su meta personal de meter el mayor número posible de goles, y en consecuencia intenta quitar la pelota a los miembros de su propio equipo.

En el fondo de esta «moda» de la competitividad, parece que hay una idea de que exista una única puerta hacia las oportunidades de la vida, y que todos tengan que ponerse en la misma cola ante esa puerta, y entonces tengan que pelearse todos contra todos para conseguir uno de los primeros lugares en la cola. A eso se une un complejo de inferioridad por no ser un país industrializado, y la idea de «si nos esforzamos mucho, tal vez podemos ganarlos en la carrera». Y finalmente, me parece que está resurgiendo aquí la ideología del «darwinismo social» – una corriente que extiende la teoría evolucionista de Darwin al ámbito de la sociedad humana y dice que nos encontramos en una constante «lucha por la sobrevivencia» contra nuestros prójimos, y que sobrevivirán los más fuertes, los más desconsiderados y los que no tienen misericordia con nadie. Esta ideología ha sido profundamente desacreditada por las consecuencias que produjo en la Alemania de Hitler; pero está apareciendo de nuevo, ahora que se está extinguiendo la generación que tiene todavía recuerdos propios de aquellas atrocidades.

En realidad no existe «una sola cola». Las oportunidades de la vida son muy variadas, así como existe también una gran diversidad entre nosotros los humanos. Nuestros talentos y capacidades no se ubican en una única escala lineal. Cada uno puede ser «bueno» en algo. Y un empleador sensato no busca a alguien que sea «el mejor» en todo, sino a alguien que encaje mejor en un puesto de trabajo específico. Así que cada uno puede encontrar una «puerta» por donde entrar, de acuerdo con sus propios talentos y capacidades.

No tiene sentido, entonces, alinear a todos los estudiantes del país en una sola fila y clasificarlos: «este es el mejor, este es el segundo, …» Uno es bueno en matemática, otro es buen dibujante, otro es muy fiel y cumplido, otro tiene mucha imaginación, otro es muy comprensivo. ¿Por qué valoramos algunas de estas cualidades por encima de otras? ¿Y por qué intentamos reducir toda la gama amplia de capacidades y talentos humanos a un solo número, un «promedio de notas»?

Y hay un problema adicional: ¿Qué se necesita para ser «el mejor» en el colegio? No se necesita innovación ni creatividad; no se necesita prácticamente ninguna de las capacidades que son esenciales para resolver problemas de la vida real. Solamente se necesita la capacidad de adivinar exactamente lo que el profesor quiere, y de conformarse. Roger Shank, docente universitario e innovador educativo, dice:

«Cuando yo hacía las admisiones para los programas de grado, y un estudiante presentaba notas A en todos los cursos de sus estudios de pregrado, yo lo rechazaba inmediatamente. Es simplemente imposible que alguien sea igual de bueno, o igual de interesado, en todo. (Excepto en complacer al profesor.) Como docente universitario, yo no tenía paciencia con estudiantes que pensaban que la esencia del logro académico consiste en repetirme lo que yo acababa de decirles.»

En consecuencia, los que ocupan los primeros puestos, ni siquiera son los más capaces. Al contrario, a menudo son los más conformistas, los menos innovadores y creativos, y en algunos casos, hasta los más corruptos. Las personas que sobresalen en la vida de adultos, raras veces son las que sobresalían en el colegio.

Ante este trasfondo tenemos que cuestionar seriamente la práctica de otorgar «diplomas», premios y honores a los alumnos que ocupan los primeros puestos en sus colegios. En países que tienen tradicionalmente un sistema escolar de buena calidad, como Finlandia o Suiza, esta práctica no existe. Mas bien, la obsesión por los «primeros puestos» parece ser una característica de los sistemas escolares de baja calidad.

Una buena educación no es una «carrera» donde se trataría de superar a los demás y llegar primero. Una buena educación ayuda a cada uno a desarrollar sus propios talentos y cualidades.

El apóstol Pablo lo dice de esta manera:

«El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijera el pie: ‘Porque no soy mano, no soy del cuerpo’, ¿acaso por eso no es del cuerpo? Y si dijera el oído: ‘Porque no soy ojo, no soy del cuerpo’, ¿acaso por eso no es del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero ahora Dios puso a cada uno de los miembros en el cuerpo como él quiso.
Si todo fuera un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos miembros, pero un solo cuerpo. Y el ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’, ni la cabeza a los pies: ‘No les necesito’; sino que los miembros del cuerpo que nos parecen más débiles, son mucho más necesarios; y los del cuerpo que nos parecen de menor estima, éstos rodeamos con más abundante estima; y los indecorosos tienen más abundante decoro, pero los más decorosos no tienen esa necesidad.
Pero Dios compuso el cuerpo, dando más abundante estima a los que les falta, para que no haya división en el cuerpo, sino que los miembros se preocupen de la misma manera los unos por los otros. Y cuando un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y cuando un miembro es glorificado, todos los miembros se alegran con él.»
(1 Corintios 12:14-26)

Si quisiéramos hacer una «competencia» entre los miembros del cuerpo para ver cuál es el «mejor», tendríamos bastante dificultad. Tal vez el ojo diría al oído y al olfato: «Yo proceso mucho más impulsos nerviosos que tú, yo soy mejor», y entonces los oídos y el olfato decidirían esforzarse para convertirse en ojos. O el corazón diría a los otros músculos: «Yo trabajo mucho más que ustedes, yo soy mejor», y entonces todos los músculos se esforzarían para convertirse en corazones. O llegarían a la conclusión de que los huesos son los miembros de menor «rendimiento», puesto que no pueden realizar ninguna acción por sí solos, y entonces decidirían eliminar a los huesos del cuerpo. Obviamente, cada una de estas modificaciones tendría consecuencias desastrosas para el cuerpo entero.

Esta ilustración debería mostrarnos claramente que la pregunta «¿Quién es el mejor?» está mal planteada. Mucho mejor sería preguntar: ¿Quién soy? – ¿Qué sé hacer? – ¿Cómo puedo servir a los demás? – ¿Para qué propósito me ha creado Dios? – Esta clase de preguntas serían menos «competitivos» y más «colaborativos». – O podríamos preguntar: Si soy ojo, ¿cómo puedo ser un mejor ojo? – Y si soy pie, ¿cómo puedo ser un mejor pie?

Por tanto, no es mi meta en la educación de mis hijos que ellos superen a los demás. Ellos no tienen que hacer «carrera» contra nadie. Lo que importa es que a su propio paso, se superen ellos mismos. Pero aun eso, no con un perfeccionismo malsano, sino con una estimación adecuada de los límites propios. Yo deseo que mis hijos lleguen a conocerse a sí mismos, sus intereses, cualidades y puntos fuertes, y que sepan evaluar sus capacidades de manera realista. Y que entonces encuentren un lugar en la vida que se ajuste a estas capacidades particulares que ellos tienen, y que les permita servir a sus prójimos.

Albert Einstein acerca de la competitividad:

«Este espíritu competitivo que prevalece en las escuelas, destruye todos los sentimientos de fraternidad y cooperación humana. Los logros ya no se perciben como el producto del amor por un trabajo productivo y bien pensado, sino que se originan en la ambición personal y en el miedo al rechazo.»

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¿Qué es «calidad educativa»? (Parte 2)

En una primera parte hemos mencionado unas nociones equivocadas, pero muy difundidas, acerca de lo que es «calidad educativa». Hablaremos ahora de lo que verdaderamente constituye calidad educativa:

Una enseñanza de calidad: Todos aprenden, pero no necesariamente lo mismo al mismo tiempo.

La enseñanza es seguramente una parte de la calidad educativa, pero no es su única parte y quizás ni siquiera la más importante.

Una enseñanza de calidad significa proveer oportunidades de aprendizaje, de tal manera que aun el alumno más tonto lo entienda, y al mismo tiempo aun el alumno más inteligente no se aburra.

Donde se cumple este requisito, cada alumno aprende algo – aunque no todos los alumnos aprenden lo mismo. Una enseñanza de calidad es una enseñanza individualizada de tal manera que cada alumno puede aprender a su nivel actual de comprensión.

Entonces, la calidad de la enseñanza no se mide según el rendimiento absoluto de los alumnos en exámenes estandarizados. La calidad de la enseñanza se mide según el progreso individual de cada alumno, comparado con su nivel anterior (p.ej. hace un año).

Además, la noción de «progreso» no debe limitarse a los conocimientos de lenguaje y matemática. Todo desarrollo útil y bueno de conocimientos y habilidades es «progreso» – sean las expresiones artísticas y creativas, sean las habilidades manuales y de mecánica, sean las capacidades de investigación científica propia, etc.

Un aprendizaje de calidad: Aprendizaje duradero, con entendimiento y con entusiasmo.

Aun más importante que la calidad de la enseñanza, es la calidad del aprendizaje. Esta no es necesariamente relacionada con aquella.

Un examen es un evento puntual, y por tanto no sirve para evaluar si un conocimiento es duradero. Cuando los alumnos saben que tendrán un examen, pasan unos días memorizando todo lo que pueden, según el temario del examen. Después vuelven a olvidarlo. ¡Esto no es ningún aprendizaje duradero! Para evaluar si un aprendizaje es duradero, habría que averiguar si el alumno lo está usando y aplicando constantemente en lo que hace, durante un tiempo prolongado. Donde esto no es posible y se puede evaluar solamente mediante eventos puntuales, habría que evaluar sorpresivamente, sin anuncio previo, aprendizajes que el alumno aprendió hace un tiempo atrás (hace tres, seis o nueve meses). El resultado saldrá muy diferente de los exámenes «preparados».

Un segundo criterio para la calidad del aprendizaje es el entendimiento que el alumno tiene de lo aprendido. Esto tampoco se puede evaluar mediante exámenes estandarizados. Las marcas en una hoja de selección múltiple no nos dicen si el alumno llegó a su respuesta porque entiende el tema, o porque aplicó mecánicamente una «regla para burros», o porque por casualidad adivinó correctamente. Evaluar el entendimiento de un alumno es prácticamente imposible sin un contacto personal cercano. Si un alumno puede explicar un tema en la conversación personal, lo ha entendido. Si no puede explicar los ¿por qués? y los ¿para qués?, no lo ha entendido. – Una posible alternativa para evaluar a alumnos un poco mayores, podría ser mediante ensayos escritos. – De todos modos será necesario para evaluar el entendimiento de un alumno, que explique algo con sus propias palabras.

El aprendizaje será duradero y con entendimiento, cuando el alumno tiene la oportunidad de aprender algo que le interesa personalmente. En otras palabras, cuando aprende con entusiasmo. Ahora, espero que a nadie se le ocurra la idea de tomar a un alumno un «examen de entusiasmo». Pero observando y preguntando a los alumnos, uno se dará cuenta de si están aprendiendo con entusiasmo o forzadamente. Obviamente, una escuela que obliga a los alumnos a memorizar contenidos aburridos y sin interés para ellos, no provee ningún aprendizaje de calidad.

Un ritmo de vida equilibrado.

Un criterio importante de verdadera calidad educativa es este: ¿Se toman en cuenta las necesidades del niño en cuanto al movimiento físico, el trabajo manual práctico y creativo, el juego, y el descanso? Una educación de calidad ofrecerá al niño una vida equilibrada en todos estos aspectos. El resultado será que el niño se desarrolla de manera sana. Niños agotados, estresados, neuróticos, con miedo ante los exámenes, son una señal segura de que están recibiendo una educación de mala calidad.

¿Tienen los alumnos suficiente tiempo para moverse al aire libre? Esto es muy importante para un desarrollo sano del cuerpo y también del cerebro. – ¿Tienen los alumnos oportunidades para escoger y realizar diversos trabajos manuales y prácticos, según sus intereses? – ¿Tienen suficientes oportunidades para desarrollar su creatividad? Niños que solo saben copiar, pero no se atreven a producir algo original, son una señal segura de que están recibiendo una educación de mala calidad. – ¿Tienen suficientes oportunidades para jugar? ¿Y están jugando juegos «inteligentes» (juegos de roles que requieren interactuar de manera sensata; juegos de tablero que requieren pensar estratégicamente; juegos deportivos que requieren colaborar en equipo; etc.)? – ¿Y tienen suficiente tiempo para descansar? Niños que tienen que quedarse despiertos hasta las nueve de la noche o más tarde haciendo tareas, no están recibiendo una educación de calidad; al contrario, están siendo maltratados.

Una verdadera educación de calidad toma en cuenta estos elementos tan importantes del desarrollo infantil. Una educación que se basa únicamente en el trabajo con libros y cuadernos y «dictado» de clases, ciertamente no es ninguna educación de calidad.

La calidad del entorno de aprendizaje.

Con esto entendemos un entorno que facilite experiencias de aprendizaje de calidad, en el sentido mencionado en los párrafos anteriores. No necesariamente implica esto infraestructuras costosas ni tecnología de punta. Mucho más importantes son los siguientes aspectos:

a) Un entorno emocionalmente sano y seguro, donde reinan el amor, la justicia, y el respeto mutuo.
El entorno emocional influencia mucho en el desarrollo y el aprendizaje de los niños. En un entorno de aprendizaje de calidad, los alumnos saben que son respetados, que recibirán ayuda cuando la necesitan, y que los más débiles serán protegidos contra agresiones por parte de los más fuertes. No es un entorno de aprendizaje de calidad, donde reina un clima de competencia de todos contra todos, y donde se menosprecian los débiles o los menos inteligentes, en vez de ayudarles. Tampoco es un entorno de aprendizaje de calidad, donde los profesores crean un ambiente de opresión y miedo, o incluso maltratan a los alumnos, como sucede todavía en demasiadas escuelas en el Perú. Y tampoco es un entorno de aprendizaje de calidad, donde no hay reglas, donde reinan la arbitrariedad y la anarquía.

¿Cómo se evalúa esto? – ¡Pregunte a los alumnos cómo se sienten en su escuela! Pero, claro es, no se pueden hacer tales preguntas a manera de un «examen» o una «encuesta». (¡Los profesores entrenarán a los alumnos para que no digan nada que podría dar una mala impresión de su escuela!) Esto se puede «evaluar» solamente en un ambiente ajeno a la escuela, y donde el alumno tiene suficiente confianza para decir lo que realmente piensa y siente. Entonces, las personas más indicadas para hacer una tal evaluación, serían los propios padres – por lo menos donde existen relaciones de confianza entre padres e hijos.

b) Materiales que invitan a investigar y descubrir, a realizar actividades creativas que desafían la inteligencia, a aprender con entusiasmo.
Un entorno de aprendizaje de calidad ofrecerá una gran variedad de tales materiales. (Vea «Pedagogía de la escuela activa».) Es cierto que algunos de estos materiales pueden resultar un poco costosos (p.ej. un taller de carpintería; microscopios; un laboratorio químico). Pero muchos otros se pueden fabricar en la misma escuela, por profesores y/o alumnos mayores: Rompecabezas de triplay, diversos materiales concretos de matemática, juegos de tablero, una tienda para jugar, disfraces para teatro, etc.

Ahora, la calidad educativa consiste no solamente en tener tales materiales. Lo importante es que sean usados de tal manera que los alumnos hacen experiencias educativas mediante su propia actividad descubridora y creativa. No servirá tener los materiales encerrados en un baúl, y que el profesor los saque solamente de vez en cuando para dar una «demostración» a los alumnos, sin siquiera darles la oportunidad de tocarlos, ni mucho menos hacer algo interesante con ellos. Un entorno de aprendizaje de calidad dará a los alumnos abundantes oportunidades para usar los materiales activamente y según su propia elección.

c) Vinculación con la vida real.
Un entorno aislado de la vida real, tal como un aula escolar, no puede proveer muchos aprendizajes valiosos para la vida real. Un entorno de aprendizaje de calidad proveerá suficientes contactos con la vida real. Esto es mucho más fácil de lograr en una familia que en una escuela: Los niños ayudarán naturalmente a sus padres en sus respectivos trabajos, y los acompañarán cuando tienen que ir al mercado, a diversas oficinas, al taller de mecánica, al campo, etc. Así pueden conocer diversos lugares de trabajo de los adultos. – Una escuela de calidad tratará en lo posible de proveer experiencias similares, de acuerdo a los intereses y talentos de cada alumno. Por ejemplo, ofrecerá oportunidades para visitar lugares de trabajo, donde alguien explicará a los alumnos como se hace el trabajo, y les permite «probarlo» ellos mismos donde fuera posible. O proveerá proyectos donde los alumnos pueden desempeñarse como pequeños empresarios, fabricando y vendiendo un producto propio – ¡y por supuesto que la ganancia sea para los mismos alumnos, no para la escuela! Así aprenderán desde pequeños que «el obrero es digno de su salario».

Conclusión

Verdadera calidad educativa existe donde los niños aprenden de la manera más adecuada a sus necesidades. El criterio fundamental debe ser este: ¿Qué clase de niños produce una escuela determinada? ¿Produce niños sanos, inteligentes, felices, seguros de sí mismos, capaces de pensar por sí mismos? ¿O produce niños estresados, temerosos, agresivos, neuróticos? Existe entonces una gran necesidad de cambiar nuestros criterios de lo que es «calidad educativa», y de cambiar la manera como escuelas y profesores están siendo evaluados actualmente.

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¿Qué es «calidad educativa»? (Parte 1)

Muchos colegios privados dicen en su propaganda que ofrecen «calidad educativa». También en el sistema escolar estatal se habla mucho de «mejorar la calidad educativa». Pero ¿qué entienden con «calidad educativa»? Muchas veces, lo que en realidad quieren decir, es solamente que quieren aumentar las horas académicas, o que quieren aumentar la cantidad de conocimientos que los alumnos tienen que memorizar a la fuerza. Como veremos más abajo, esto es lo contrario de «calidad». Mucho de lo que se ofrece o se exige bajo el nombre de «calidad educativa», no merece este nombre. Por tanto, me parece importante aclarar en qué consistiría unaverdadera calidad educativa.

En esta primera parte, despejaremos unos malentendidos y conceptos erróneos acerca de lo que es «calidad educativa».

Calidad educativa no es «notas escolares».

Un concepto tradicional dice que una escuela es de buena calidad si sus alumnos logran notas altas en los exámenes estandarizados. Hay que decir varias cosas en contra de esta noción:

a) Las notas escolares y los exámenes tienen muy poca correlación con las capacidades efectivas o la inteligencia efectiva de los alumnos. Un examen escolar mide en primer lugar la capacidad del alumno para resolver tales exámenes – y no mucho más que esto. Las capacidades de expresión lingüística, o de pensar matemáticamente, no se pueden medir marcando casillas en un cuestionario de selección múltiple. Esta es una falacia fundamental en los sistemas de evaluación escolar, y existen muchas investigaciones acerca de este tema, de manera que amerita otro artículo aparte. (Será para otra oportunidad.)

b) Las notas escolares y los exámenes tienen muy poca correlación con la clase de educación que los alumnos reciben en la escuela. Hay muchos otros factores que influencian en su desempeño; más notablemente el entorno familiar, el ritmo individual de desarrollo, y la actitud personal del alumno. Las escuelas más exigentes y «mejores», normalmente tienen alumnos que por naturaleza son más ambiciosos, y cuyos padres se preocupan más por el éxito académico de sus hijos. Además, la mayoría de estas escuelas se aseguran mediante exámenes de ingreso, de que recibirán solamente alumnos que están adelantados en su desarrollo mental, respecto a su edad cronológica. Entonces, si los alumnos de tales escuelas destacan en los exámenes estandarizados, esto no es el mérito de la escuela; es el mérito de las cualidades que los alumnos ya traen consigo, y de sus entornos familiares.

Harriet Pattison presenta resultados de investigación que demuestran que el éxito académico es fuertemente relacionado con la familia, pero no tiene relación con la escuela:

«Dos investigadores británicos, Desforges y Abouchaar, (…) compararon los resultados del mayor número posible de investigaciones acerca del rendimiento escolar. (…) Los resultados demostraron muy claramente que el factor principal que afecta el rendimiento escolar de los niños, es lo que hacen los niños en casa!
Ellos presentan el siguiente resumen: ‘El hallazgo más importante es que el involucramiento paternal, en la forma de ‘buena paternidad en casa’, tiene un efecto positivo significativo sobre el rendimiento de los niños, incluso después de eliminar todos los otros factores que podrían influenciar los resultados.’ – Y es importante notar que ‘todos los otros factores’ ¡incluye la calidad de la escuela!
Ahora, ¿qué es lo que ellos quieren decir exactamente con ‘buena paternidad’? Bien, ellos no están hablando acerca de la clase social o los recursos financieros de los padres. Ellos no están hablando acerca del nivel educativo de los padres, ni acerca de la ayuda para hacer las tareas escolares. Ellos describen la ‘buena paternidad’ de esta manera: ‘Provisión de un entorno seguro y estable, estimulación intelectual, conversaciones entre padres e hijos, una vida ejemplar según valores constructivos sociales y educativos, y altas aspiraciones en cuanto a la satisfacción personal y la buena ciudadanía.’
(…) Desforges y Abouchaar siguen concluyendo que es esta ‘buena paternidad’ la que capacita a los niños para aprender en la escuela. Pero ellos usaron solamente investigaciones acerca de niños que asisten a una escuela. Entonces, ellos partieron de la suposición de que la asistencia a una escuela sigue siendo necesaria para poder aprender. Alan y yo estábamos examinando el ‘grupo de control’, investigando a niños que aprenden sin asistir a una escuela. Y nuestra conclusión fue que sí, esta ‘buena paternidad’ es lo que los niños necesitan; pero no encontramos ninguna evidencia de que la escuela fuera también necesaria. (…) Los niños educados en casa sacaron aun beneficios mucho mayores de esta buena paternidad.»
(Harriett Pattison, «What’s special about home educating families?», exposición, 2007)

c) Las notas escolares no miden el progreso individual del alumno; solamente comparan alumnos con otros alumnos, o con estándares normados. Un alumno puede rendir bien en un examen por una variedad de razones: porque aprendió algo en la escuela, o porque estudió por su propia cuenta, o porque sus padres le enseñaron, o porque ya tenía buenos conocimientos antes de entrar a la escuela. Las notas escolares no permiten distinguir entre estos distintos casos.
Por ejemplo, una escuela que selecciona a sus alumnos mdiante exámenes de ingreso exigentes, se asegura de antemano de que recibe solamente alumnos de buen rendimiento. Entonces, es lógico que estos alumnos saquen mejores notas en los exámenes estandarizados – pero no porque la escuela les hubiera ayudado a mejorar, sino porque ya habían sido mejores antes de entrar a esa escuela. Una tal evaluación no mide la calidad de la escuela; mide la calidad de los alumnos, independientemente de la escuela.

El Perú tiene una forma particularmente extraña de evaluar la «calidad educativa» de sus escuelas: Cada año se toma un «examen censal» en matemática y en comprensión de lectura a todos los alumnos de segundo grado de primaria – ¡solamente de segundo grado! O sea, la mayoría de estos alumnos tienen apenas siete años. Según lo que se sabe acerca del desarrollo del niño (vea «Mejor tarde que temprano»), muchos de estos niños todavía no deberían ni siquiera estar en la escuela, ni deberían ser obligados a leer o a efectuar operaciones matemáticas. Por tanto, tales evaluaciones no tienen sentido para evaluar la calidad de las escuelas. A lo máximo, si miden siquiera algo, miden el elevado porcentaje de niños para quienes la escuela es una tortura, porque fueron obligados a asistir a ella a una edad demasiado temprana.
Un indicador un poco más sensato se obtendría si se investigara, por ejemplo, cuántos de estos alumnos que no sabían leer en segundo grado, lo aprenden hasta terminar el sexto grado. Pero como vimos arriba, aun el logro de aprender a leer o a calcular, no es necesariamente el mérito de la escuela, porque depende mucho más de factores personales y familiares.

Calidad no es cantidad.

Otra noción equivocada dice que una escuela es de buena calidad cuando los alumnos tienen una gran cantidad de horas académicas y de tareas para hacer en casa. Esto es «cantidad», pero no es «calidad».

Un niño, para desarrollarse de manera sana, necesita un equilibrio entre tiempos de descanso, de movimiento físico, de trabajos manuales y creativos, de jugar, y de estudio intelectual. (Vea «Cuando el cerebro no tiene manos».) Cuando es obligado a pasar todo su tiempo con estudios intelectuales, su desarrollo se desequilibra, el niño se agota, y al final de cuentas aprende menos. Efectivamente, los niños educados de manera equilibrada, por ejemplo según la Formula Moore, necesitan un total de mucho menos horas académicas para llegar al mismo nivel de comprensión como los niños educados únicamente con libros y cuadernos. Una educación que necesita una sola hora académica para alcanzar un conocimiento o una capacidad determinada, es mucho más eficaz que la escuela tradicional que necesita cinco horas académicas para alcanzar lo mismo. Si la eficacia indica calidad, entonces una educación equilibrada es de mejor calidad que una educación que requiere una gran cantidad de horas académicas.

Calidad educativa no es ingresar a la universidad.

Otro concepto equivocado dice que una educación de mayor calidad es la que produce el mayor porcentaje de ingresantes a la universidad. Este concepto se basa en dos ideas erróneas: que todas las formaciones profesionales que no son universitarias, no tengan valor; y que todos los jóvenes deberían ingresar a la universidad.

¿Cómo podría funcionar una sociedad donde todos tienen una profesión universitaria? No tendríamos ropa, ni casas, ni muebles, ni alimentos, ni medios de transporte; porque la producción de todos estos bienes requiere el trabajo y el conocimiento de muchos oficios que no son universitarios. El problema es que la sociedad actual no valora estos oficios, y por eso son mal pagados y no cuentan con una formación profesional. Pero ¿para qué sirve si un arquitecto o ingeniero diseña una casa hermosa, si después el albañil, el electricista y el gasfitero la construyen mal porque nunca aprendieron a ejercer su oficio bien?

En este aspecto, el sistema suizo de aprendizajes es un sistema ejemplar. En Suiza existen aprendizajes profesionales de tres o cuatro años para casi cualquier oficio: carpintero, gasfitero, panadero, electricista, mecánico, cocinero, etc. Los jóvenes ingresan a estos aprendizajes después de ocho o nueve años escolares. Cuatro días a la semana aprenden su oficio en la práctica hasta perfeccionarlo, trabajando con un maestro del oficio respectivo. Un día a la semana van a una escuela especializada para aprender la teoría correspondiente. Así, cada oficio tiene valor profesional. Por eso, en Suiza no se construyen techos con goteras, ni muebles que se rajan después de pocas semanas, ni se preparan comidas que causan enfermedades al consumirlas.

Muchos jóvenes simplemente no tienen la inclinación intelectual que se requiere para una formación universitaria, y se sienten mucho más a gusto cuando pueden trabajar con sus manos, o tratar con personas. A ellos habría que darles la oportunidad de desarrollar y profesionalizar sus talentos manuales, interpersonales o artísticos, en vez de obligarlos a estudiar una carrera universitaria que no es adecuada para su personalidad.

En el presente ya hay un gran número de profesionales universitarios que están desempleados o no tienen un trabajo correspondiente a su especialidad. Por ejemplo, según una guía de orientación editada por el ministerio de educación del Perú, solamente 66% de los profesores de primaria trabajan en su especialidad, 44% de los contadores, y solo 32% de los profesionales en cómputo e informática. (Según «¿No sabes qué estudiar?», 2009.) Los autores intentan explicar esto con que los estudiantes de estas especialidades no hayan tomado en cuenta las demandas del mercado laboral al elegir su carrera. Pero esto no explica, por ejemplo, el muy bajo porcentaje de profesionales en cómputo e informática que trabajan en su especialidad, a pesar de que ésta es una de las profesiones más solicitadas por las empresas (según la misma guía de orientación). Tenemos que concluir que muchos jóvenes que eligieron esta carrera, desde el inicio estaban en el lugar equivocado. Su educación de (supuesta) calidad los preparó para ingresar a la carrera; pero no los preparó para conocerse a sí mismos lo suficiente para elegir su carrera de una manera más sensata.

Según la Oficina de Estadísticas Laborales (Bureau of Labor Statistics) en los Estados Unidos, diecisiete millones de personas en aquel país se han graduado de una universidad sin que esto les haya servido para algo, porque trabajan como mozos en restaurantes, como guardianes en playas de estacionamiento, como vendedores en tiendas, y otros trabajos que no requieren ningún estudio universitario. Un sistema escolar que manda a millones de estudiantes a las universidades, solamente para que después se queden sin trabajo en su especialidad, ¡ciertamente no es un sistema de calidad!

En una segunda parte propondremos unos criterios de lo que sí constituiría una verdadera calidad educativa.

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Más cárcel para los niños

El gobierno peruano anunció que en el futuro, los niños tendrán que pasar siete horas diarias, sin interrupción, en las instituciones estatales de encierro forzoso (también llamadas «instituciones educativas» por algunos mal informados). Y el público lo aplaudió como si esto fuera una mejora significativa en la «calidad educativa». Como siempre, la gente quiere ser engañada, y por eso se alegran cuando alguien les vende cantidad por calidad, como cuando alguien les vende gato por liebre. O quizás los muchos papás y las muchas mamás se alegran porque ahora les quedarán muy pocas horas al día para tener en casa la «carga» de sus hijos, a quienes obviamente no aman tanto como dicen; porque si los amaran de verdad, quisieran pasar más tiempo con ellos.

Y es que la cantidad de horas escolares tiene poco o nada que ver con la «calidad educativa». Al contrario: la sobrecarga de horas académicas cansa el cerebro y disminuye su rendimiento. Esto se ha confirmado en varios estudios realizados en diferentes partes del mundo; sin embargo, los planificadores de la educación no conocen estas investigaciones o no quieren conocerlas. Por ejemplo, en febrero de este año se publicó una investigación según la cual es necesario hacer una siesta prolongada después de cuatro horas de estudio, a lo máximo, para que el cerebro recupere su capacidad de trabajar. Y cuando los estudiantes renuncian a horas de sueño para estudiar antes de sus exámenes, su rendimiento mental disminuye en un 40%. – Para niños menores de diez años, ya se comprobó hace varias décadas que la enseñanza formal, tal como se presenta en el sistema escolar, no es apropiada para ellos, porque en esta edad los niños asimilan conocimientos de manera informal, no de manera formal. – En la comparación internacional, entre los estudiantes más sobresalientes están los finlandeses. ¿Qué hay de especial en el sistema escolar finlandés? Los niños no entran a la escuela hasta que hayan cumplido siete años. Tienen menos horas académicas; y aun en la escuela secundaria, tienen solo media hora de tareas por la tarde. El ejemplo finlandés refuta esta ecuación equivocada de que «cantidad = calidad». ¡Es al revés!

Y no es necesario ser un psicólogo graduado para entender que un niño necesita tiempos de juego, tiempos de recreación, tiempos que pasa con sus padres y con sus familiares más cercanos, tiempos de usar sus manos y su creatividad, y tiempos de descansar. La política educativa actual les quita todo esto a los niños, y de esta manera asegura que la siguiente generación crezca enfermiza, estresada, con la mente pasiva y apagada, y llenos de trastornos psicológicos.

Entonces, si todo esto está comprobado clara y nítidamente, ¿por qué en nuestras tierras todo el mundo quiere ver a los niños en las escuelas durante el día entero, desde la mañana hasta la noche? Es obvio que alguien tiene un interés en ver a los niños encerrados. Y es obvio que el que desea esto, no piensa precisamente en el bien de los niños.

Efectivamente, las escuelas tienen mucho – demasiado – en común con las cárceles. Si usted ve un edificio amurallado, vigilado, donde cada persona que entra o sale es controlada, entonces quedan pocas posibilidades: O es una base súper-secreta del ejército, o es una cárcel, o es una escuela. Roger Shank, un investigador y pionero en nuevos métodos educativos, publicó en su blog (http://educationoutrage.blogspot.com) la siguente lista de características comunes entre escuelas y cárceles:

1. Los internos (estudiantes/presos) tienen que quedarse en su lugar asignado, excepto si reciben un permiso especial por sus vigilantes (guardianes/profesores).
2. Los internos no pueden comer sin el permiso de sus vigilantes.
3. Los internos no pueden ir al baño sin el permiso de sus vigilantes.
4. Los internos tienen que cumplir con sus tareas asignadas.
5. Los internos no pueden cuestionar las tareas asignadas.
6. No se permite expresar un punto de vista contrario al de los vigilantes, acerca de las reglas.
7. Un vigilante puede humillar a un interno en cualquier momento.
8. Un interno puede intimidar y aterrorizar a otros internos.
9. Toda recreación es supervisada por los vigilantes, y solo puede tener lugar en horas determinadas.
10. Los vigilantes determinan si un material de lectura es apropiado o no.
11. Todos los visitantes son estrictamente controlados.
12. El que no obedece las reglas, será castigado.
13. El que no se comporta de la manera apropiada, prolongará su sentencia.
14. La aprobación por parte de los vigilantes obedece a unos criterios extremamente arbitrarios.
15. Existe un control estricto sobre la libertad de la expresión.
16. Existe un control estricto sobre el código de vestir.
17. Si consigues ser del agrado del vigilante, tu vida en la institución será un poco menos desagradable.
18. No se permite descansar.
19. No se permite seguir los propios intereses de uno mismo.
20. Definitivamente no se permite pensar que podrías hacer mejores cosas que estar en la cárcel o en la escuela.

Roger Shank añade: «Estoy consciente de que no todas las cárceles y no todas las escuelas son exactamente iguales; pero usted comprenderá la idea.»

Por todos los tiempos, y según el diseño de Dios, la educación de los niños sucedía en la familia. Solamente en tiempos muy recientes se empezó a separar a los niños de sus familias. La Biblia dice lo siguiente acerca de la responsabilidad educativa de los padres:

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.» (Deuteronomio 6:6-7)

«Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre; porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello.» (Proverbios 1:8-9)

«Porque yo también fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones, guarda mis mandamientos, y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; no te olvides ni te apartes de las razones de mi boca…» (Proverbios 4:3-5)

«…y partiendo el pan en las casas (familias), comían juntos con alegría y sencillez de corazón.» (Hechos 2:46)

«Y ustedes, padres, no provoquen a ira a vuestros hijos, sino edúquenlos en disciplina y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4)
(Los versos anteriores a éste se dirigen a los hijos. El mismo hecho de que el apóstol escribe a los hijos y a los padres, demuestra que en las reuniones de los primeros cristianos, donde se leía esta carta, los padres y los hijos estaban juntos, unidos.)

Noé Webster, el «padre de la educación cristiana americana», publicó en 1828 el primer diccionario oficial del idioma inglés americano, después de veintisiete años de investigación. Este Diccionario Webster define «educar» de la siguiente manera:

«Criar, a un niño; instruir; informar e iluminar el entendimiento; infundir en la mente los principios de las artes, las ciencias, la moral, la religión y el comportamiento. Educar bien a los niños es uno de los deberes más importantes de los padres y tutores.»

Llama la atención que esta primera definición oficial de «educación» no menciona la escuela con ninguna palabra. ¡La verdadera «institución educativa» es la familia!

Cada padre cristiano, cada madre cristiana, deseará en primer lugar formar una familia sana, feliz, y temerosa del Señor. Deseará pasar tiempo con sus hijos y enseñarles la sabiduría de Dios y sus experiencias de vida. Deseará compartir la vida de sus hijos y estar allí para ellos cuando necesiten consejo, consuelo, ayuda y comprensión. Para una madre o un padre cristiano es inconcebible la idea de mandar a sus hijos lejos de la casa, cada día, durante la mayor parte del día, bajo el cuidado de personas a quienes apenas conoce, en quienes no puede tener mucha confianza, y que en su gran mayoría no son cristianos. El «cristiano» que sigue esta corriente mundana de deshacerse de los hijos, a la más temprana edad posible y por el tiempo más largo posible, demuestra así que él mismo es un mundano – por más que exteriormente profese el cristianismo.

El sistema escolar actual es un ataque frontal contra la unidad de la familia, porque separa a los padres de los hijos y a los hijos entre sí. Esta situación debería llamar la atención de cada cristiano que toma la palabra de Dios en serio. Pero en la actualidad, las mismas iglesias y los mismos pastores aplauden este supuesto aumento de «calidad educativa» (que en realidad es un deterioro de la educación). Esta es una señal seria de que las iglesias necesitan de verdad una Reforma Bíblica muy cortante y profunda.

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